viernes, 16 de junio de 2017

¿Quién soy?

La identidad cambia con la edad, la trayectoria de vida y el nivel de conciencia, lo que permanece constante es el nombre y los rasgos de carácter.

Mi nombre es Aurea Patricia.

Soy una persona eminentemente analítica y mi mayor interés en la vida ha sido el conocimiento profundo de las cosas, desde la realidad física, el conocimiento de mi persona y las preguntas interminables que todos alguna vez nos hemos hecho ¿quién soy? ¿qué hay más allá? ¿qué sentido tiene la vida? ¿para qué estoy aquí en la Tierra?
Recuerdo que cuando estaba en la prepa me debatía entre estudiar Física, Psicología o Filosofía. Los grandes maestros son los que dejan huella imborrable y así el maestro de Física, que en ese entonces nos platicaba de la teoría de la relatividad y la antimateria, inclinó mi decisión  para estudiar Física.
Sin embargo, la autoridad de mi madre fue tajante: “no estudiarás Física porque no pasarás de maestra y te morirás de hambre”. Mi alternativa fue, buscar la ingeniería que fuera más afín a mis intereses y así estudié Electrónica y de Comunicaciones.
Mi carrera ha sido muy noble, siempre me ha cobijado económicamente y me ha permitido enfrentar desafíos profesionales y personales. Me llevó a trabajar a grandes corporativos, viajar por todo el país, asistir a juntas de trabajo en Suiza y vivir 3 años en EEUU para un proyecto global. Sin embargo, siempre hubo algo pendiente de satisfacer.
Otro rasgo que ha sido constante en mí, es debatirme entre una dualidad de aspiraciones. Recuerdo que cuando estudiaba en la universidad, me apasionaba estar horas en la biblioteca o hemeroteca consultando libros y revistas científicas de actualidad, y sentía que el tiempo no era suficiente para todo lo que quería conocer. Cuando finalmente salía y al caminar me topaba de frente con una hermosa puesta de sol, entonces mi emoción cambiaba radicalmente y sólo quería sentarme a contemplar la belleza del atardecer en un estado de éxtasis y mi deseo era entonces emplear mi tiempo en contemplar la naturaleza. Si en ese entonces, alguien me hubiera explicado las distintas funciones y formas de conocer que tiene nuestro cerebro, del hemisferio izquierdo y el derecho, quizás, no me hubiera percibido a mí misma tan ambivalente. Pero como al final, en la vida siempre tuve que tomar una elección, predominó la razón sobre el sentimiento, quizás también porque en el fondo buscaba esa seguridad económica que en mi infancia y adolescencia no tuve.
El conocimiento de uno mismo no se logra en la escuela, sino en la experiencia de vida y su análisis reflexivo. Las grandes tradiciones milenarias y las escuelas de conocimiento ayudan en el camino y se convierten en aceleradores. Estuve al menos en 2 escuelas de conocimiento esotérico, he estudiado diferentes ramas de la psicología, un semestre en la universidad pero principalmente de forma autodidacta; estudié algo de cábala judía, un año de teatro y participé en un taller de teatro antropocósmico por dos años. He practicado disciplinas de tradiciones milenarias como la hindú, budista, azteca-tolteca y del camino rojo, lakota.
Mi pasión “alterna” la he alimentado con conocimientos no “oficiales”, no ortodoxos, el conocimiento de las culturas milenarias cuyas prácticas inducen a la gestación del conocimiento interno, desde las profundidades del ser y no se trata de transmitir un cúmulo de creencias, sino de vivir experiencias que te ayudan a detener el constante diálogo mental para enfocar la atención en lo que está sintiendo mi cuerpo en este preciso momento, en el instante presente, en el “aquí y el ahora”, sin análisis y sin juicios. Por eso las escuelas esotéricas hacían iniciaciones, para inducir a la gestación interna del conocimiento, no porque alguien te lo dice o por dogma de fé, sino para que lo descubras desde tu interior, desde tu propia experiencia. Una vez que alineas la mente con el cuerpo, lo que surge es el espíritu.
La ciencia estudia el mundo exterior, es objetiva, generaliza, emite teorías y las comunica; la experiencia es interna, subjetiva y no se puede comunicar, para transmitir el conocimiento lo único que se puede hacer es desarrollar disciplinas que te ayuden a vivir la experiencia. Sin embargo, la ciencia actual bien podría explicar esta forma de conocer pues ya ha modelado matemáticamente el aprendizaje de las redes neuronales que aprenden por la experiencia.
Y así, incursioné en el mundo de los sueños y aprendí a descifrar sus mensajes, he bailado danzas indígenas hasta por 3 días sin probar alimento ni bebida alguna y pude trascender mis límites y percibir mi propia energía y la del Universo. He estado en el seno de la Tierra y he sentido su fuerza protectora de Madre. He vuelto a nacer en cada una de las experiencias cercanas a la muerte. He subido a lo más alto de las pirámides en las zonas arqueológicas para apreciar un amanecer o atardecer, y he pernoctado en Tlamacas para poder observar la gran cantidad de prana que desciende a la Tierra en cada amanecer.
En la vida aprendí a vivir confiada por un buen ingreso, pero también aprendí a vivir sin ningún ingreso y confiar en la Divina Providencia. Aprendí de mis viajes al exterior, pero también aprendí de mis viajes al interior. Aprendí el simbolismo de los sueños, pero también aprendí que la vida es un símbolo y pude entender la alegoría de Platón, de que sólo vemos las sombras proyectadas de una realidad superior. También aprendí a contactar mi centro para tomar mi propia fuerza.
En el pasado solía buscar el consejo de otros cuando tenía algún cuestionamiento, en el presente cuando tengo un cuestionamiento entro en un nivel profundo de meditación para escuchar la guía divina. Y si no es suficiente, si no obtengo las respuestas que necesito, entonces una disciplina o terapia de choque me ayuda a derrumbar los velos de la ilusión para percibir la realidad con mayor claridad. Aunque también aprendí que cuando una persona me brinda un consejo por amor, es el mismo Dios hablando por su voz.
Mi vida es mucho más rica y plena en mi mundo interno, pero mi campo de trabajo es en el mundo exterior.
Termino con una frase de Domingo Días Porta:
“Y sin embargo solo hay una gran cosa, la gran cosa es vivir para ver en los valles y en las serranías el gran día que clarea y la luz que colma al mundo.” Domingo Díaz Porta

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