La identidad cambia con la edad, la trayectoria de vida y el nivel de
conciencia, lo que permanece constante es el nombre y los rasgos de carácter.
Mi nombre es
Aurea Patricia.
Soy una persona eminentemente analítica y
mi mayor interés en la vida ha sido el conocimiento profundo de las cosas, desde
la realidad física, el conocimiento de mi persona y las preguntas interminables
que todos alguna vez nos hemos hecho ¿quién soy? ¿qué hay más allá? ¿qué
sentido tiene la vida? ¿para qué estoy aquí en la Tierra?
Recuerdo que cuando estaba en la prepa
me debatía entre estudiar Física, Psicología o Filosofía. Los grandes maestros
son los que dejan huella imborrable y así el maestro de Física, que en ese
entonces nos platicaba de la teoría de la relatividad y la antimateria, inclinó
mi decisión para estudiar Física.
Sin embargo, la autoridad de mi madre
fue tajante: “no estudiarás Física porque no pasarás de maestra y te morirás de
hambre”. Mi alternativa fue, buscar la ingeniería que fuera más afín a mis
intereses y así estudié Electrónica y de Comunicaciones.
Mi carrera ha sido muy noble, siempre me
ha cobijado económicamente y me ha permitido enfrentar desafíos profesionales y
personales. Me llevó a trabajar a grandes corporativos, viajar por todo el
país, asistir a juntas de trabajo en Suiza y vivir 3 años en EEUU para un
proyecto global. Sin embargo, siempre hubo algo pendiente de satisfacer.
Otro rasgo que ha sido constante en mí,
es debatirme entre una dualidad de aspiraciones. Recuerdo que cuando estudiaba
en la universidad, me apasionaba estar horas en la biblioteca o hemeroteca
consultando libros y revistas científicas de actualidad, y sentía que el tiempo
no era suficiente para todo lo que quería conocer. Cuando finalmente salía y al
caminar me topaba de frente con una hermosa puesta de sol, entonces mi emoción
cambiaba radicalmente y sólo quería sentarme a contemplar la belleza del
atardecer en un estado de éxtasis y mi deseo era entonces emplear mi tiempo en
contemplar la naturaleza. Si en ese entonces, alguien me hubiera explicado las
distintas funciones y formas de conocer que tiene nuestro cerebro, del hemisferio
izquierdo y el derecho, quizás, no me hubiera percibido a mí misma tan
ambivalente. Pero como al final, en la vida siempre tuve que tomar una
elección, predominó la razón sobre el sentimiento, quizás también porque en el
fondo buscaba esa seguridad económica que en mi infancia y adolescencia no tuve.
El conocimiento de uno mismo no se logra
en la escuela, sino en la experiencia de vida y su análisis reflexivo. Las
grandes tradiciones milenarias y las escuelas de conocimiento ayudan en el
camino y se convierten en aceleradores. Estuve al menos en 2 escuelas de
conocimiento esotérico, he estudiado diferentes ramas de la psicología, un
semestre en la universidad pero principalmente de forma autodidacta; estudié
algo de cábala judía, un año de teatro y participé en un taller de teatro
antropocósmico por dos años. He practicado disciplinas de tradiciones
milenarias como la hindú, budista, azteca-tolteca y del camino rojo, lakota.
Mi pasión “alterna” la he alimentado con
conocimientos no “oficiales”, no ortodoxos, el conocimiento de las culturas
milenarias cuyas prácticas inducen a la gestación del conocimiento interno, desde
las profundidades del ser y no se trata de transmitir un cúmulo de creencias,
sino de vivir experiencias que te ayudan a detener el constante diálogo mental
para enfocar la atención en lo que está sintiendo mi cuerpo en este preciso momento,
en el instante presente, en el “aquí y el ahora”, sin análisis y sin juicios.
Por eso las escuelas esotéricas hacían iniciaciones, para inducir a la gestación
interna del conocimiento, no porque alguien te lo dice o por dogma de fé, sino
para que lo descubras desde tu interior, desde tu propia experiencia. Una vez
que alineas la mente con el cuerpo, lo que surge es el espíritu.
La ciencia estudia el mundo exterior, es
objetiva, generaliza, emite teorías y las comunica; la experiencia es interna,
subjetiva y no se puede comunicar, para transmitir el conocimiento lo único que
se puede hacer es desarrollar disciplinas que te ayuden a vivir la experiencia.
Sin embargo, la ciencia actual bien podría explicar esta forma de conocer pues
ya ha modelado matemáticamente el aprendizaje de las redes neuronales que aprenden
por la experiencia.
Y así, incursioné en el mundo de los
sueños y aprendí a descifrar sus mensajes, he bailado danzas indígenas hasta por
3 días sin probar alimento ni bebida alguna y pude trascender mis límites y
percibir mi propia energía y la del Universo. He estado en el seno de la Tierra
y he sentido su fuerza protectora de Madre. He vuelto a nacer en cada una de
las experiencias cercanas a la muerte. He subido a lo más alto de las pirámides
en las zonas arqueológicas para apreciar un amanecer o atardecer, y he pernoctado
en Tlamacas para poder observar la gran cantidad de prana que desciende a la
Tierra en cada amanecer.
En la vida aprendí a vivir confiada por
un buen ingreso, pero también aprendí a vivir sin ningún ingreso y confiar en
la Divina Providencia. Aprendí de mis viajes al exterior, pero también aprendí
de mis viajes al interior. Aprendí el simbolismo de los sueños, pero también
aprendí que la vida es un símbolo y pude entender la alegoría de Platón, de que
sólo vemos las sombras proyectadas de una realidad superior. También aprendí a
contactar mi centro para tomar mi propia fuerza.
En el pasado solía buscar el consejo de
otros cuando tenía algún cuestionamiento, en el presente cuando tengo un
cuestionamiento entro en un nivel profundo de meditación para escuchar la guía
divina. Y si no es suficiente, si no obtengo las respuestas que necesito, entonces
una disciplina o terapia de choque me ayuda a derrumbar los velos de la ilusión
para percibir la realidad con mayor claridad. Aunque también aprendí que cuando
una persona me brinda un consejo por amor, es el mismo Dios hablando por su
voz.
Mi vida es mucho más rica y plena en mi
mundo interno, pero mi campo de trabajo es en el mundo exterior.
Termino con una frase de Domingo Días Porta:
“Y sin embargo solo hay una gran cosa, la
gran cosa es vivir para ver en los valles y en las serranías el gran día que
clarea y la luz que colma al mundo.” Domingo Díaz Porta